polvo fiao

En un cuanderno con el himno nacional completo en la contraportada, Sandra anota las veces que sus clientes disfrutan de un polvo con la morena mas morena que la noche. Lleva la cuenta pues la memoria traiciona y el ron sin hielo ni refresco borra todo rastro despues del tercer trago. Al final de la jornada, cada 21 días, espera al lado del barrancón que el maestro haga su pago, ella, mascota en mano reclama los pagarés vencidos. Es un negocio delicado, pero fácil de llevar, ninguno quiere ganar la fama de ser malapaga, pues se riega la voz entre las "muchachas" que sin pertenecer a sindicato alguno velan unas por otras. No le fia polvos a obreros espóradicos, solo con preguntar para que maestro trabaja, si es albañil, ebanista o pisero ella sabe si puede o no entregarse a ese manojo de ganas reprimidas. La experiencia le ha enseñado que no se debe acostar con los labradores de piedra caliza pues se les queda pegado en la piel un polvillo bien fino producto del corte con las pulidoras, parece harina cernida, esto le causa comezón al contacto, ademas, los callos de las manos le molestan en la piel cuando es manoseda por estos cavernícolas.

Sandra mantiene a su madre y dos muchachos de diferentes padres, uno está preso por matar a un cabo que se acostaba con su concubina, el otro es un cabo que está muerto por haberse acostado con la concubina de otro hombre. Tiene la piel marcada por la vida, las caidas en la niñez, las quemadas de mufflers, aceite caliente, una navaja que no le pudo perforar un órgano vital y un cienpies en la barriga de una cesárea que se le practicó en una carniceria pública para traer al mundo una desgracia huerfana. En su pieza de cuatro paredes sin ventanas con una una puerta pintada de verde con el número siete pintado de rojo, Sandra cocina sus alimentos en una estufa de dos hornillas oxidadas por el salitre, cuando estan encendidas parecen girasoles deshojados.

Sandra andaba siempre con su mascota, la tenia doblada y llevaba las anotaciones de cada quincena. Un día mientras se bañaba en el patio común de la pensión, dejó su mascota encima del muro de block sin pañete que divide la llave que funciona como ducha del hoyo de la letrina. El señor que estaba sentando defecando olvidó traer papel para limpiar su ano, miró al techo de zinc resignado, pensando si quedarse sucio o usar una de sus medias, en ese momento se alegró cuando vio la esquina de un cuaderno encima del muro, tomó una hoja y embarró de heces el registro de los catorce mil pesos que Sandra tenia asentado como deuda por trabajos sin cobrar. Lo delicado de este negocio es la carencia de soporte, papeles que avalen el trabajo realizado, aquí no hay RNC, ni NCF, no hay copia de factura, ni recibo de trabajo conforme para futuros reclamos con los clientes.