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A ella le encantaba que el le dijera palabras dulces cerca del oido, caminar por la ciudad agarrados de la mano, pedir una malteada y descansar la hartura en un banco del parque mientras el le escribia un poema en la mitad de una hoja rayada. El la doblaba hasta que el papel lo permitia y se lo colocaba en el bolsillo pequeno, ese que nada mas sirve para guardar las monedas de a peso, o cinco pesos, o diez pesos. Ella queria que el metiera su mano y sintiera la calentura que le provocaban esos versos que ella no entendia, simplemente le encantaba escuchar que ella era una diosa en este universo de mortales y bla bla bla. Besame maldito!!! penso ella cientos de veces.

Paso la tarde y el la paso a buscar. El no conocia de la prosa, ni de canciones romanticas que llegan al alma, el simplemente la ahogaba en su propia excitacion. Hacia que ella se doblara sobre si misma cada vez que llegaba a un orgasmo. Era capaz de entrecortar su respiracion cada vez que le daba sexo oral. Mientras el la embestia en cualquier posicion, en cualquier lugar, recordaba al poeta, a ese que le decia: " Te amare hasta la eternidad, te amare solamente a ti, no sentire amor propio, me basta solo con saber que me escuchas, con saber que estas ahi para mi, con imaginarme que cierras los ojos cada vez que te digo que te amo". En ese instante mientras el se perdia en su pecho se olvido de su amado, del que le escribia versos a la luz de la vela, su cuerpo necesitaba calor, necesitaba vibrar y este, este hombre tosco, rudo, de una seca sonrisa, estaba a punto de provocarle un orgasmo, por cuarta vez.

El domingo en la manana, alla en el mirador, donde se vuelan las chichiguas que se pierden en el mar, el le pidio matrimonio. Ella con lagrimas en sus ojos acepto. Seis anos despues, mientras el la pellizcaba, mientras sus dedos se perdian en sus entranas, le paso un papelito. Tenia un poema escrito hace muchos anos, se lo hizo leer bien despacio, en voz baja, cerca del oido, sin perder el ritmo.