miguelina

Nunca entenderá como un solo hombre puede violar a una mujer. No lo entendía en el momento en que se orinaba del miedo. Miedo al cañón de una pistola, miedo a lo que esos tres delicuentes le pudieran hacer en ese momento. Sentia el mal aliento en su cara, el olor a descuido, a grajo.

Abandonó el Seybo hace ocho años para llevarle a su madre un diploma para colgarlo junto al cuadro de San Miguel. Antes que el diploma le llevó a Andrea, su primera nieta. Seis trabajos. Promotora, Cajera, auxiliar contable, vendedora en una tienda, servicio al cliente en un banco, asistente en una oficina de abogados. Entre el dinero para el pasaje, comida y dos o tres mil copias, su sueldo se le esfumaba de las manos.

Ese viernes no pudo irse para el campo, un examen de historia la hizo quedarse. Le compró un tratamiento para el pelo a su madre, un mediofondo y dos cajas de pinchos. Salía como de costumbre de la UASD a su casa. Vivia cerca, pero ya las energias estaban agotadas para caminar. Todo un dia trabajando en una oficina de abogados archivando casos, desempolvando sentencias, luego la universidad.

El carro publico se acerca, lo aborda. No habian llegado a la primera esquina cuando siente un frio en el cuello. Un puñal y una pistola le acarician el cuello. Miguelina se asusta, entra en pánico, se mea. Contaba los segundos en su cabeza, 1265. La sacaron del auto y entre los tres la amenzaron, la sobaron, la violaron, la orinaron, le rompieron la nariz.

Miguelina se come un queso de hoja en el patio de su casa, baja el pueblo a vender 700 zapotes en el mercado. El domingo hay una corrida de toros. Andrea se bebe un mabí.