Cómo un cuento puede terminar con el embargo de una vaca? Samuel, Jacobo, Juan, Nicolás, Emerson, Rafael, Ivan José y Saúl viajaban hacia El Seibo en dos vehículos. Abogado y Alguacil los dos primeros respectivamente, los siguientes cuatro son policías, los siguientes dos: una mezcla entre inquisidores y Charles Manson. Pues ese grupo tan heterogéneo se formó con el único y loable fin de entrar a la finca de Justino Suárez y llevarse algún activo de éste que permita cobrar una vieja deuda con Ignacio Mejía su compadre y socio. Las razones por las cuales dos amigos de infancia, compadres luego y socios después, se hayan enemistado no son importantes en este relato, realmente no vienen al caso, todos estamos interesados en saber como el grupo llegó a la finca. Queremos imaginarnos el momento en que llevan al rumiante a la balanza, le tiran fotos, Juan y Nicolás al lado de ella haciendo la señal de la victoria con los dedos. Queremos imaginarnos cuando la llevan halada por una soga desde el carro y van al pueblo en busca de un camión que la transporte de vuelta a la ciudad. Realmente, eso queremos saber.
Pues por ahora no se. Pero los ocho han llegado a El Seibo, un carro detrás del otro. Se detienen en el destacamento de la Policía Nacional, los ocho como orquesta entrán a la oficina del Capitán. Sólo habla el abogado, le avisa que van a embargar los bienes de Don Justino, que le gustaría que le acompañara para evitar que los cuidadores y capataces intenten usar la violencia y claro que acepta la petición despues de contar veinte papeletas de mil pesos en el sobre blanco que le pasó Samuel antes de pronunciar palabra o gesticular saludo alguno. Pues a la caravana se ha sumado un Land Rover Defender 1981, verde con capota pintada de blanco, con el capitán, tres cabos, una escopeta y tres cartuchos. Se dirigieron entonces a las afueras del pueblo.
El camino era de tierra, humedecido con timidez por las lluvias de mayo, lado a lado las cercas de madera y alambre de púas limitaban las numerosas propiedades ganaderas de la zona. El sol empieza a ser molestoso y un bocinazo ensordecedor avisa que la siguiente propiedad es la finca de Justino. Los tres vehículos cruzan el portón y aun sin deternerse los vehículos, sale disparados los policías y no policías para luego rodear la casa casi a la velocidad del canto de un gallo. El abogado y el alguacil se acercan a la galeria de la casa. Don Justino se mece con mucha calma en la mecedora, se levanta y con risa de no me van a joder, saluda a sus impetuosos visitantes. El aguacil le entrega los documentos del embargo, el abogado, muy preocupado, mira al interior de la vivienda, no hay muebles, ni una bombilla, solo un piso de cemento pulido, gris y frio. Van al establo y no hay ni melaza ni pangola, ni máquinas de ordeñar, ni un yugo. Aquí no hay nada que ustedes se puedan llevar, si quieren se llevan esta casona, la desarman con cuidado eso sí, es caoba lo que ustedes ven, pueden venderla, pero en los papeles, es Ignacio el dueño, creo mis estimados, que han venido en balde, dijo Don Justino en voz alta y con una sonrisa sarcástica y cínica a la vez. Al capitán casi casi se le podía escuchar burlándose. Samuel tosió. El silencio incómodo de situaciones como estas hizo acto de presencia.
En estos momentos algunos han olvidado a la vaca, otros se preguntarán por ella, es que, aunque el cuento no es sobre una vaca blanca con manchas negras, una de ellas muy particular, todos sabemos que lo único que se llevaran los demandantes será la vaca blanca que se aproxima justamente en ese instante en que todos están callados esperando al que sacará una pistola y matará a alguien para dar emoción a este cuento.
-Y esa vaca de quién es? Pregunta Samuel.
-Suya no es, mi incipiente abogado. Contesta con altanería Don Ignacio.
-Capitán, detenga esa vaca ahí.
Vamos a resumir la historia. Don Justino sabía que su compadre lo iba a embargar, por eso, sacó las ordeñadoras, los yugos, los muebles de la casa, las dos camionetas, el camión cama larga, los caballos, los bueyes y las vacas de la finca, hizo los traslados por la noche hacia la finca de su hermano, tres kilómetros mas al norte. Esa mañana llevó una mecedora y la colocó en la sala, despachó a su capataz en la camioneta y se sentó a esperar al convoy que ejecutaría la sentencia que lo condena al pago total de la deuda con Don Ignacio. Niña, la vaca blanca con manchas negras, cual perro que sigue a su amo, se salió del corral donde la escondian escapando por el arroyo que delimitaba la propiedad. Subió una barranca bien empinada, cual chivo de la línea y por tres horas caminó y caminó. No entró en el portón de los Portorreal, ni el de los Dalmau, ni el de los Goico, entró por el único portón que ha entrado en su vida, se dirigió a la casa que vio desde que era una becerrita y se detuvo al lado de su amo, quien la alimentó con pangola y melaza todas las mañanas haya tronado, llovido o se le hayan muerto dos de sus hijas. Pues, queridos todos, la vaca apareció, está ahí. El abogado prepara un nuevo documento donde deja constancia del mamífero incautado, el alguacil lo entrega, Don Justino, casi casi a punta de pistola lo firma.
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