Edita y sus padres nos visitaban en Baitoa con mucha frecuencia. En navidades, en semana santa, en verano, en dias feriados. Mi padre me decia que les unia una gran amistad desde hace mucho y por eso nos visitaban con tanta frecuencia, realmente no me importaba la razón de sus visitas, el simple hecho de jugar con ella era suficiente. Ella tenia mi edad pero parecia muy madura, no hablaba de muñequitos, ni de amigos imaginarios, a veces me pedia que me sentara a su lado, simplemente para hacerle compañía.
Una vez mi padre llegó con Edita, sus padres no la acompañaban, de la capital solo trajo una maleta. Le pregunté a mi papá si ella se iba a quedar mucho tiempo, me contestó con una cara de incertidumbre. Los dias pasaban, todo fue rutina, me despertaba, iba a la escuela, jugabamos en la casa, no la dejaban salir sola al patio, le preguntaba que pasaba y no me contestó. Un martes mi madre me mandó a buscar a la escuela en el jeep verde de mi abuelo, Edita estaba en el piso del asiento trasero cubierta con un bulto, nos dirigiamos hacia la Vega por la carretera vieja.
-Fonso, calmate, todo está bien, papi salió hacia la capital, una urgencia.-Me decia mi madre tratando de quitar la cara de asombro que tenia, no entendia nada de lo que ocurria.
-Mami y papi están muertos???-Preguntó Edita en voz baja. Mami no contestó.
Nos metimos en una casa en Cutupú, nunca la habia visto, estaba vacia, solo una lampara alumbrando una de las habitaciones. Mi madre trató de explicarme que los padres de Edita tenian problemas con el gobierno, que creen que murieron en un accidente y que la estaban buscando. Papi estaba en la capital investigando el paradero de sus amigos.
Pasamos tres semanas sin salir de esa casa, mi abuelo nos fue a buscar, nos llevó a Santo Domingo, supuestamente ya el peligro habia pasado. Seis meses despues, los tios de Edita la buscaron, Edita me entregó una hoja de papel que simplemente decia gracias. Pasaron muchos años sin saber de ella, hasta que nos topamos en un centro comercial de la ciudad. Hablamos poco, nos sentamos en un banquito callados, no habia necesidad de preguntar por sus tios, por sus padres que misteriosamente murieron en un accidente, solo recordamos a Baitoa, la casa solitaria en la Vega, las horas muertas que pasabamos debajo de la mata de mango y su agradecimiento eterno por haber estado a su lado.
Una vez mi padre llegó con Edita, sus padres no la acompañaban, de la capital solo trajo una maleta. Le pregunté a mi papá si ella se iba a quedar mucho tiempo, me contestó con una cara de incertidumbre. Los dias pasaban, todo fue rutina, me despertaba, iba a la escuela, jugabamos en la casa, no la dejaban salir sola al patio, le preguntaba que pasaba y no me contestó. Un martes mi madre me mandó a buscar a la escuela en el jeep verde de mi abuelo, Edita estaba en el piso del asiento trasero cubierta con un bulto, nos dirigiamos hacia la Vega por la carretera vieja.
-Fonso, calmate, todo está bien, papi salió hacia la capital, una urgencia.-Me decia mi madre tratando de quitar la cara de asombro que tenia, no entendia nada de lo que ocurria.
-Mami y papi están muertos???-Preguntó Edita en voz baja. Mami no contestó.
Nos metimos en una casa en Cutupú, nunca la habia visto, estaba vacia, solo una lampara alumbrando una de las habitaciones. Mi madre trató de explicarme que los padres de Edita tenian problemas con el gobierno, que creen que murieron en un accidente y que la estaban buscando. Papi estaba en la capital investigando el paradero de sus amigos.
Pasamos tres semanas sin salir de esa casa, mi abuelo nos fue a buscar, nos llevó a Santo Domingo, supuestamente ya el peligro habia pasado. Seis meses despues, los tios de Edita la buscaron, Edita me entregó una hoja de papel que simplemente decia gracias. Pasaron muchos años sin saber de ella, hasta que nos topamos en un centro comercial de la ciudad. Hablamos poco, nos sentamos en un banquito callados, no habia necesidad de preguntar por sus tios, por sus padres que misteriosamente murieron en un accidente, solo recordamos a Baitoa, la casa solitaria en la Vega, las horas muertas que pasabamos debajo de la mata de mango y su agradecimiento eterno por haber estado a su lado.